lunes, febrero 27, 2006

Extractos de un día cualquiera




En el sopor de una mañana alguien se imagina estar despierto

Soy un descubridor del sol. Se trata de una esfera confusa y mentirosa. Personaje principal del acto primigenio en un día condenado por el frío. Viajo rodeado de palabras incomprensibles, signos complejos, inexplorables como el lenguaje de las aves. Seres que no sé si son diurnos o nocturnos, carroñeros o pescadores, nómadas o sedentarios, no importa, su canto es impenetrable, pero fluye como la savia de una hoja por todos mis sentidos. En mi soñolencia los montes se deslizan unos sobre otros, establecen una carrera de colores y relieves: verde sobre verde y tierra y blanco, uno y otro y me mareo. Sus pieles laberínticas muestran alguna cicatriz que recuerda que han sido profanados. Hay faunas venidas desde lejos que los encuentran sin buscarlos, y ahora intentan descifrar su código agreste, las cadencias retorcidas, la hostilidad continua de las piedras deformadas, las espinas de plantas paranoicas, el estiércol camuflado que es un mundo de vidas diminutas, el río que lleva sus sangres como si fuesen venas a la intemperie, fuentes perpetuas que lo limpian en un ciclo interminable, que mueren y renacen en el insospechado origen de una vida paralela.


Contranatura

Al animal virtuoso alas diminutas lo sostienen en el aire. Con fauces elásticas, es capaz de devorar soles y lunas. Su ira es continua y es paciente. Escupe fuego sobre los Campos Elíseos, respira el ardor de los cuerpos. La materia crepitante es una apacible melodía que se esparce como lava. Cuando el caos ha terminado, vuelve al mar y cunde las profundidades de una espesa tinta púrpura que ciega a las demás criaturas. Pernocta silencioso guarecido por la líquida noche atemporal.

Un mirlo recorre la tierra devastada en busca de un insecto.




Olimpiada

Este día rompe el sol su silencio estéril, sale del luto que es cómplice pasivo, funde el hierro que le imponen nubes desalmadas. Este día revive la silueta latente de la injuria, de la inquina que festeja la vida en carnavales fúnebres. Tras el vómito, Cronos pende inerte de un olivo. El relámpago ilumina la muerte obvia del suicida y su abandono, la muerte del mártir por prescripción médica, la muerte por jaurías uniformadas que desalan cuervos y consagran su hedonismo al orinar sobre sus plumas, segadores del influjo natural del tiempo. Este día es preciso dar amparo al silencio. Hades abre sus entrañas. Este día las palabras deben revolver el mundo, anteceder al homicidio con una muralla de voces que resista y contrarreste su existencia.


Tarde gris de París

Ojos, dientes friccionando, el bullicio que circunda como parvada hambrienta el ritual de la espera. Llueven rostros que quisieran llorar de encanto. Aquí se oculta un monstruo que se alimenta de tristezas. Las notas de un violín fluyen libres en el aire, las interrumpe el barniz seco arrancado de uña a uña. Las pisadas son más fuertes, el oído se acerca con ellas a la puerta. La entrada desvela las segundas impresiones. Las pupilas se contraen inesperadamente. La luz nívea de Rodin ilumina las miradas.




Murias de paredes

El sol reflejado en los tejados

las casas elevándose en piedra tras piedra

el agua en todos sus reflejos

escala de verdes rasurados

vía de tren inmóvil durmiente

astillado hasta la médula

tren de mina

mina de carbón

casas humeantes dan

la bienvenida con cantos macizos

hay montones esparcidos en el suelo

insólitos retazos de tiempo narradores

del abandono que priva inexorable


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© Efraín Trava, 2005.